PAZ SOLAR

Un día,  entre sesión y  sesión, se entretuvo calculando la siguiente desmedida: "treinta y ocho años dentro de la taquilla del cine vendiendo entradas, con todas sus horas, días, semanas, meses  apilados uno encima de otro,  suponían unos catorce años dedicados exclusivamente  a la sala de cine". Catorce era la edad de su hermano menor cuando murió en un accidente de tráfico, y siete, la pena a la que fue condenado el tipo de la furgoneta por homicidio imprudente. "Con mi reclusión en la taquilla, me he ganado el derecho a matar imprudentemente al borracho aquél dos veces,... tres, tres veces, porque mi celda solo tiene un metro y medio por un metro, y las de la cárcel son más amplias y acogedoras,!y encima  les sirven la comida ¡... claro que a mí me dejan dormir en mi casa." Al momento  se dio cuenta de que el año próximo harían catorce  desde que vio a su mujer por última vez,  y el corazón se le abismó cuando pensó en cuanto hubieran sumado las horas que estuvo a su lado. "No muchas. Entre el trabajo, le peña, los amigos y Olga. ¿Tres?, ¿cuatro años?" El momento en el que más horas compartían, era al dormir, una manera de estar y no estar juntos. Estaba a punto de iniciar una profunda reflexión acerca de hecho de dormir junto a alguien a quien confías tu cuerpo, pero no pudo continuar, porque alguien al otro lado del cristal dijo: " Dos para la sala siete."

Cuando la vida es un naufragio, siempre queda construir sueños con la imaginación. Así intentaba sobrevivir a  la condena de su pequeña celda; armado con una pequeña libreta en la que apuntaba todas sus reflexiones, como esa de la suma de los años preso y sus equivalencias, o como aquella que hace ya mucho tiempo ideó: se propuso acumular todos los datos posibles de los clientes a fin de arrojar luz sobre sus vidas.  La marabunta se acercaba a él y de manera fugaz desaparecía engullidos en la oscuridad de las sesiones, pero entre tanto desorden, si uno se asomaba con atención, tras el ciclópeo ojo se barruntaba por momentos, ciertos pulsos de uniformidad dentro del caos general. Por ejemplo: estaba el caso de aquella pareja la cual durante dos años y medio sin falta, acudía al cine,  a la segunda sesión del viernes por la mañana. Después no volvió aparecer. Conclusión: lo intempestivo de la hora elegida, y la regularidad de la visita, indicaban que eran uno amantes que buscaban el único hueco que les permitía la agenda de sus compromisos respectivos; lo  repentino de cese, era para él evidente: habían sido descubiertos y cada uno había vuelto sumiso a su hogar. Ocurrió también la historia de aquella familia numerosa que lo visitaba regularmente cada vez que se estrenaba una película de Whalt Disney. Cuando se estrenó  una de sus más esperadas películas, para el taquillero era cuestión de días ver de nuevo a aquellos padres acompañados de sus cinco hijos,... pero no vinieron. Pensó que podían  haberse mudado de ciudad, e imaginó a otro desconocido colega vendiéndoles las siete entradas. "Si el gremio de los taquilleros no fuera tan cerrado e insolidario, podría organizarse alguna manera de compartir la información que entre todos vamos generando. Así, el otro colega que les vende las entradas en otra ciudad, no tendrá que empezar la investigación de cero,...y a mí, me mantendría informado de los nuevos acontecimientos." Transcurrieron algunos meses, quizás un año, cuando un día, el padre se acercó a comprar una entrada. Nadie le acompañaba. El rápido fogonazo le sirvió para observar el cambio que había experimentado; estaba demacrado y extremadamente delgado. También había cambiado de estilo de ropa. Ahora llevaba un elegante (y caro) abrigo marrón, corbata y sombrero. Nada que ver con la ropa para salir del paso que vestía cuando venía con su familia. Pero siguió añadiendo datos a su libreta a cada cual más sospechoso: cuando extendió la mano para coger la entrada, no llevaba alianza. Y sus misteriosas palabras: "aquí el coche estará bien, ¿no? Nadie se acercará a él ¿no? Mire. Si alguien se acerca, por favor, dígale al acomodador que me busque en la sala." Aunque ya le faltaba poco para llegar a ciertas conclusiones,  la película elegida terminó por confirmarle su gran suposición. Había sacado una entrada para Blue Velvet !!! Y como todo el mundo sabe (o debiera saber) de Whalt Disney a David Lynch solo se pasa con un asesinato entre medias. Y si la película puso nombre a su sospecha, lo que vio al final del pase le puso los apellidos. Cuando salió de la sala, pudo observar como se acercó a su coche, lo rodeó inspeccionándolo, y finalmente, abrió  el maletero para sacar de él  una pierna que miró detenidamente (desde su taquilla  no pudo distinguir si era ortopédica o de un maniquí) y una armónica, la cual tocó durante un rato antes de montarse en su coche  y marcharse. Estuvo a punto de llamar a la policía, pero prefirió esperar a que acudiera en otra ocasión para desentrañar el mismo  el desenlace de la trama, aunque nunca más volvió, lo cual obligó al taquillero a terminar por su cuenta según su sagaz ingenio la historia.
Pero de todas sus investigaciones la que más le afectó fue la de un hombre que visitaba el cine todos los jueves a la sesión de las 17.30. Lo  más inquietante de aquel sujeto era que después de varios meses visitándolo con la misma rutina, él no hubiese podido concluir nada acerca de quien era. Todo era neutro, difuso y gris en él. El taquillero era consciente de que en los segundos que duraba el encuentro, separados por un cristal, era complicado deducir pista alguna, pero todos los segundos de todos los encuentros, deberían de ofrecer tiempo suficiente para al menos sacar alguna conclusión. Pero nada. Se fijaba en su ropa, en sus facciones, en su acento, pero ninguno de estos datos ofrecía ninguna evidencia de peso que anotar en su libreta. Tampoco, los filmes que iba a ver, (dato por lo general muy significativo en otras personas), porque el no iba a ver ningún tipo de película en especial, iba a ver la sesión del jueves a las 17.00, fuera cual fuera esta, se tratase de una scifi mexicana  o una coproducción luso-lapona. Así que paulatinamente, la débil sombra de aquel personaje, el vacío afantasmado que suponía fue ganando protagonismo en su libreta, hasta que, un día, todo se iluminó. El hombre se le acercó como siempre, le pidió una entrada para la sesión de las 17, como siempre, pero ese día, algo ( todo ) cambió: el señor le miró, le sonrió y dijo inclinándose para observar  el cubículo de la taquilla " esto no es una celda, mas bien, es un ataúd". El sorprendido  taquillero solo pudo responder con una ridícula sonrisa. Cuando al rato pudo reponerse comenzó a comprender. El ocultamiento de señales era premeditado, porque aquel tipo no quería ser investigado,! sino investigar! y lo estaba investigando precisamente a él, al taquillero, tal y como el taquillero hacía con sus otros  clientes !! Esta idea lo confundió. Desbarataba cualquier esperanza de saber quien era, porque aquel personaje, como el , utilizaba su anonimato a modo de  camuflaje para desentrañar las vidas de otros.  Pero además, el saberse expuesto bajo su escrutinio,  le inquietó, porque los clientes a los que el espiaba desde el ojo de su taquilla, eran libres cuando cruzaban el umbral del cine y se perdían en la calle, pero el,  dentro de su celda, estaba a merced del tipo misterioso. Podía seguir trabajando veinte años más, y el otro, seguir yendo a juzgarle durante esos mismos veinte años, todas las semanas, todos los jueves, todas las tardes a las 17.00 !! Constatar ( ¿ tendría aquel individuo otra libreta?) como se pudría en aquel agujero. Pasados esos minutos de desasosiego, cuando pudo tranquilizarse, comprendió que la partida aun no estaba decidida, que aun tenía una ventaja. Era evidente que aquel tipo venía, por una razón que a él se le escapaba, a diseccionarle, pero aún no sabía que el taquillero lo había descubierto, de manera que este, el taquillero, podía ya desentrañarle un secreto, el único secreto que hasta ese momento había podido arrancarle: las conclusiones a las que acerca de su vida habría podido llegar. Se miró, se observó a si mismo con la precisión del forense que disecciona; su ropa, sus manos, ... repaso todo aquello que el extraño podía haber indagado desde el otro lado del cristal ... se tocó su alianza, que catorce años después aun conservaba. "pensará que estoy casado... pero ahí se equivoca " creyó con cierto orgullo. "No se ha dado cuenta de mi soledad." Esa misma tarde, al terminar la sesión ocurrió otro hecho que terminó por desentrañar la historia. A la salida del personaje de la sesión de las cinco, el taquillero se quedo mirándolo, buscando una señal, hasta que se perdió más allá del vestíbulo. Al rato apareció el acomodador con una chaqueta, en una mano, y algo parecido a un libro en la otra. Efectivamente, era la chaqueta del misterioso visitante, y el libro no era tal: era una libreta, en cuyas paginas solo había anotado un párrafo: " Hay gentes que creen poder dirigir su vida y la de los que les rodean. Esos escriben en agendas. Hay otras gentes que renuncian a esto, solo saben mirar al pasado, para revivirlo en forma de melancolía. Estos escriben diarios. Pero hay otros, a los que ni el futuro ni el pasado les basta, que no encuentran un lugar en el tiempo donde pararse a descansar. Ellos escriben cuentos."
Ya le quedaban pocos años para jubilarse, pero contaba con  unos ahorros y con una salud precaria. Calculó que las fechas en la que se le agotarían sus ahorros y su cuerpo se rendiría coincidirían más o menos, de modo que quedó liberado de la obligación de encerrarse en la taquilla a cambio de un sueldo. Una mañana, a los pocos días del incidente del desconocido, llamó al gerente del cine  para decirle que dejaba el trabajo. Esa misma jornada la dedicó a hacer su maleta. De hecho, a estrenar su maleta porque nunca la había utilizado. Tenía que meter en ella, la resumida cuenta de una vida y lo esencial para vivir los años que le quedaran: unos prismáticos,  una lupa, un libro, unas cartas que jamás envió, una libreta llena de historias, unas fotos, su corbata azul, un mapa de Islandia, un plano de Berlín, aguja e hilo, el tacto de su madre, la sonrisa de su primera profesora, un beso ( y fue bastante), el amor a la  vida liberada del tiempo,  la incipiente curiosidad ante la muerte, demasiados errores, que pasaron en silencio sin ninguna música que les acompañara, y sobre todo, el traje con el que se iba a presentar ante su mujer, a la que hacía ya catorce años que no veía, y de la que no sabía sin aun estaba viva, o ya muerta como él.



Dedicado a los antiguos trabajadores del cine Rialto: Felipe, Antonio, Paco, Sebastian y Pedro.

El Rialto, dejó de ser un cine, como ellos dejaron de ser sus trabajadores. Ahora serán otra cosa, jubilados, ancianos, un árbol en un parque, un gato en manos de una amante que sonríe,... Pero algo debe de quedar. Algunas veces, aún hoy alguien dice: quedamos en la plaza del Rialto, y algo debe conmoverse en algún lugar del tiempo, porque no creo que el pasado guarde en el mismo sitio los olvidos y las cosas que nunca ocurrieron. Algunas veces, yo les recuerdo, como en este cuento, y aun con las caras transfiguradas y trasmutadas las causas, la bondad, la sencillez  de aquellas personas vuelven a palpitar en ti,  que has dedicado unos minutos de tu vida a leer esta ensoñación.

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